martes, 13 de febrero de 2018

La máscara caucásica (o “Latir a contramano”)

Apenas llegué a Madrid los locales me enseñaron todo lo que necesita saber
un turista: a dónde ir, cómo llegar, qué no me puedo perder, cuándo viajar y a
quién tenerle miedo.


“Es un lindo barrio, no hay muchos gitanos”, “se ven algunos gitanos, pero es muy tranquilo”,
“ese edificio era un lío antes de que reubicaran a los gitanos”, “cuidado tal metro, es el que tiene
más gitanos”. Y sí, acá les tocó a ellos.


Cada sociedad tiene sus hijos de judas, todos aquí los nombran pero yo no los veo. Parece que
viven un par en mi edificio. Parece que andan en el centro, en los lugares más “chungos”. Pero no
en la universidad, claro. Y tampoco en los Zara, ni en los shopping. En solo cuatro días que llevo, ya
no sé cuántas veces me advirtieron de tener cuidado de ellos.


Me lo dijeron muchas veces, pero no tuve miedo ni una vez. No es que sea valiente. Tampoco es
que mi sentido de justicia social se me haya pegado en la piel y ya no me suba un fresquito por la
espalda cuando alguien -a quien no puedo ver la cara- se para muy cerca del bolsillo de mi
mochila. Es que no sé a qué temerle. Aquello de que la inseguridad es una sensación térmica nunca
se me había hecho tan claro.


- ¿Por qué le tienen tanto miedo a los gitanos? - le pregunté a mi nueva
compañera de piso cuando nos subimos al ascensor. Vivimos en el décimo , y estuvo
los primeros seis sin decirme nada. Sin darme cuenta había expuesto con esas palabras
la discriminación que significa que todos los españoles te digan que te cuides de ellos. Mi
concubina me dijo que no, que no es que le tengan miedo a los gitanos, me dijo que “son casi
siempre los que roban, los que venden droga, los que hacen griterío”.
Le pregunté también cómo eran, porque no los reconocía. Me dijo que los reconocería por los
rasgos y por cómo visten. Me dijo que lo googleara. Por “gitanos” aparecían hombres y mujeres
que podrían ser perfectamente el grupo de baile de Shakira. “Gitanos pobres” escribí. Ahora sí,
podría ser perfectamente el Marconi. Ya me quedó claro, no se les teme por gitanos, sino por pobres.


Y yo que tenía miedo que me miraran mal a mí, por sudaca, por tercer mundo, por rea, por mi
yeísmo. Viajé con el privilegio en la valija. El mismo que me trajo hasta acá; ser blanca, ser clase
media, ser universitaria. Qué rabia me inunda, viajar en el metro con mi máscara caucásica. Si
supieran que les voy a robar el trabajo, que vivo de lo que ellos pagan de impuestos, que vengo
a escribir en contra de todo lo que conocen. Pero no, me piden que yo me cuide de los que han vivido
en el primer mundo toda la vida.

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