miércoles, 28 de febrero de 2018

Nota que te escribe nadie

** de setiembre de 2017 **

Hace un mes, más o menos, que estoy escribiendo para la diaria. Calculo que a esta altura deben ser miles las hojas grises en que se imprimieron mis palabras negras. Miles los ojos que surcaron mis oraciones. Cientos los clics en mis notas. Hoy hay dos de ellas en el primero y segundo lugar de “las más leídas”. Y no me siento orgullosa.

¿Por qué estoy yo en este lugar? Qué hice bien o, qué hice, simplemente. Las notas que más me quiebran son por las que más me felicitan. Como si yo hubiera hecho algo, desde el escritorio, teléfono en mano, tomando jugo y estampando huellas en el teclado. Tengo miedo, sí, pero no por mí. No por las consecuencias que pueda sufrir. No porque ser periodista y decir “lo que no se dice” es peligroso. Tengo miedo porque yo, con mis palabras, con mis sesgos y mis entrañas, con mis huesos y mis desconfianzas, le estoy contando a algunos como creo que son las cosas.
“Esto tiene que saberse”. Me dije muchas veces. ¿Pero quién tiene que contarlo? ¿Qué sé yo de pobreza? ¿Qué sé yo de explotación? Lo que leí, lo que me contaron, lo que vi. Lo que me estranguló hasta dejarme sin aire, lo que me rompió y me dejó llorando. No sé nada. No fue mi piel curtida, no fue mi madre golpeada, no compartí una cama con mis cinco hermanos que no tengo. Nuna extendí la mano en 18 de julio. Nunca sentí frío, nunca sentí hambre. No desaparecieron a mis abuelos, no me pegaron en una marcha.
“Esto tiene que saberse”. Me dije muchas veces. ¿Pero quién tiene que leerlo? ¿Qué van a hacer mis palabras? ¿Apurar papeles en un juzgado? ¿Darle fuerza al brazo sindical en una pulseada? ¿Hacer que reflexione un abusador?
No puedo avisarle a todos que en realidad lo que les estoy contando es lo que creo que hay que contar. No puedo firmar las notas con un “Nadie” después del punto final. No puedo dejar huérfanas a mis palabras. Me quiero hacer cargo de una realidad que me hizo estar acá. A mí y no a ellas. A mí y no a él.
Pienso qué es más egoísta: ¿dejar de escribir por no tener la fuerza o seguir por temor a que alguna historia se quede sin contar como creo que hay que contarla? Si sigo, espero que mis oídos no se entumezcan ante la miseria. Ante un sistema corrupto que me corrompe y nos corrompe, y lo maldigo con los pies en la estufa y la frente pegada al monitor. Que no me cope la carrera del que llega primero. Que no me encierren los bordes de una hoja. Que no se me endurezca tanto la cara como para no sentir mis lágrimas. Que no me olvide nunca de que no hay una sola verdad. Que no me olvide de la rabia que genera la injusticia. Que no me hunda y me olvide de salir a la calle y mirar a los ojos de las historias que voy a contar.
Porque me parece más cobarde ignorar que tengo privilegios. Me parece más cobarde no usarlos, con la conciencia de que por azar estoy yo acá y no asesinada o explotada, para tratar de que de alguna manera - no sé si escribiendo, marchando o llorando - este sistema me deje de poner a mí acá, contándolo y a los otros allá, sufriéndolo.

Todo gris

Me dijeron que viajar me iba a abrir la mente. Por ahora, lo único que me ha abierto es un apetito incontrolable. Mi madre, en esa misma línea, me dijo que este viaje me iba a enseñar a ser más tolerante con los que piensan distinto. Menos calentona. Creo que esto nace más bien del miedo que tiene mi madre de que un día le arranque a tirar piedras a los Mc Donalds u ocupe una casa con gente que tenga remeras de SOAD. Al menos eso pensé yo cuando me lo dijo.

Sin embargo, a casi un mes (porque como febrero tiene esto de los 28 días no me siento cómoda diciendo un mes) creo que mi madre -y espero que nunca lea esto- tiene razón. Bah, en realidad, no sé si me voy a hacer más tolerante, aunque quisiera. Lo que pasa es que estoy sorprendida por la relación de los españoles con la política. No sé si es mi impresión naive de turista o qué, pero acá cuando pregunto algo relacionado con la coyuntura regional a quién sea, siempre tienen algo para decir. En Uruguay me decepciona mucho cuando te responden: "No sé, no me interesa la política" u otras cosas que me generan mini ACVs. 

La cuestión, y acá el por qué comencé recordando el deseo de mi madre, es algo que por ahora llamo el "grisismo" español (¿se entiende? grisismo vendría a ser del gris lo que el amarillismo del amarillo). Esto es lo que pasa: cuando le pregunto algo a alguien y me responde argumentando bien, me voy haciendo una idea de qué orientación política o ideológica tiene. No lo hago por gusto, me resulta inevitable; quizás ese sea mi problema. Y cuando le pregunto algo sobre otra cosa, me da una respuesta que me manda a la otra punta del mapa ideológico. Me vuelvo loca. 

No es que no sepan, saben de lo que hablan. Por lo menos están informados, no sé si sabrán pero tienen argumentos. Antes me había pasado un par de veces, pero pensaba que eran personas incongruentes y listo. Acá me pasa todo el tiempo. Con gente de la facultad, con mis profesores, con mis vecinos, con amigos y amigas de gente de acá. Están en contra de la monarquía, pero a favor de sus prácticas. Conscientes de la desigualdad de oportunidades en el desarrollo de las personas, pero discriminan entre españoles y gitanos. Ponen el grito en el cielo por el maltrato animal, pero son taurinos. Y así, muchas cosas.

¿Es una condición del ser humano de la que yo recién me vengo a dar cuenta? Puede ser. ¿Tiene que ver con la historia de este país, que hizo a su gente ser así? No sé. ¿Tengo una mirada completamente parcial y ninguna prueba que confirme mi hipótesis del grisismo español? Sí, obviamente. 


martes, 13 de febrero de 2018

La máscara caucásica (o “Latir a contramano”)

Apenas llegué a Madrid los locales me enseñaron todo lo que necesita saber
un turista: a dónde ir, cómo llegar, qué no me puedo perder, cuándo viajar y a
quién tenerle miedo.


“Es un lindo barrio, no hay muchos gitanos”, “se ven algunos gitanos, pero es muy tranquilo”,
“ese edificio era un lío antes de que reubicaran a los gitanos”, “cuidado tal metro, es el que tiene
más gitanos”. Y sí, acá les tocó a ellos.


Cada sociedad tiene sus hijos de judas, todos aquí los nombran pero yo no los veo. Parece que
viven un par en mi edificio. Parece que andan en el centro, en los lugares más “chungos”. Pero no
en la universidad, claro. Y tampoco en los Zara, ni en los shopping. En solo cuatro días que llevo, ya
no sé cuántas veces me advirtieron de tener cuidado de ellos.


Me lo dijeron muchas veces, pero no tuve miedo ni una vez. No es que sea valiente. Tampoco es
que mi sentido de justicia social se me haya pegado en la piel y ya no me suba un fresquito por la
espalda cuando alguien -a quien no puedo ver la cara- se para muy cerca del bolsillo de mi
mochila. Es que no sé a qué temerle. Aquello de que la inseguridad es una sensación térmica nunca
se me había hecho tan claro.


- ¿Por qué le tienen tanto miedo a los gitanos? - le pregunté a mi nueva
compañera de piso cuando nos subimos al ascensor. Vivimos en el décimo , y estuvo
los primeros seis sin decirme nada. Sin darme cuenta había expuesto con esas palabras
la discriminación que significa que todos los españoles te digan que te cuides de ellos. Mi
concubina me dijo que no, que no es que le tengan miedo a los gitanos, me dijo que “son casi
siempre los que roban, los que venden droga, los que hacen griterío”.
Le pregunté también cómo eran, porque no los reconocía. Me dijo que los reconocería por los
rasgos y por cómo visten. Me dijo que lo googleara. Por “gitanos” aparecían hombres y mujeres
que podrían ser perfectamente el grupo de baile de Shakira. “Gitanos pobres” escribí. Ahora sí,
podría ser perfectamente el Marconi. Ya me quedó claro, no se les teme por gitanos, sino por pobres.


Y yo que tenía miedo que me miraran mal a mí, por sudaca, por tercer mundo, por rea, por mi
yeísmo. Viajé con el privilegio en la valija. El mismo que me trajo hasta acá; ser blanca, ser clase
media, ser universitaria. Qué rabia me inunda, viajar en el metro con mi máscara caucásica. Si
supieran que les voy a robar el trabajo, que vivo de lo que ellos pagan de impuestos, que vengo
a escribir en contra de todo lo que conocen. Pero no, me piden que yo me cuide de los que han vivido
en el primer mundo toda la vida.

Conveniencia

Hoy un hombre me dijo: "voy a probar ser mujer unos días", yo le dije sin pensar "no te conviene". Voy a hablar otra vez de esto. No te conviene estar acá, en mi piel, en nuestra piel. No te conviene el "no vayas sola", ni el "bajate la pollera". No, no te conviene. "¿Quién las entiende?", "Se exponen", "Están locas". No te conviene los poderosos hablando de tus derechos. No te conviene el jefe que te acosa, no te conviene que te sigan por 18 de Julio tres hombres de noche y llegar llorando, no te conviene que te siga un hombre hasta la puerta del liceo, que te toquen por unos segundos que parecen eternos la cola en un 121, no te conviene. No te conviene que te digan trola tus compañeras porque le diste un par de besos adolescentes a dos gurises del mismo liceo, no te convienen las pijamadas en que hablás de eso con tus amigas y no te sentís sola. No te conviene tener mayor probabilidad de que te asesine tu pareja porque naciste mujer. No te conviene explotar de rabia en la cena familiar, o en la clase, porque un profesor le diga a tu compañera "menos mal no sos lesbiana, sería un desperdicio". No te conviene.Explotar de rabia. Demonización de la menstruación. Explotar de rabia. Otro femicidio. Explotar de rabia. "Ojalá no fueras tan trola". Explotar de rabia. "¿Van solas?". Explotar de rabia. "Quedó embarazada por facilonga". Explotar de rabia. Otro femicidio. Explotar de rabia. "Llegó a ese puesto por linda". Explotar de rabia. "¿En serio no te vas a depilar nunca?" Explotar de rabia. Titulan crimen pasional. Explotar de rabia. "Ay, te pusiste colorada". Explotar de rabia. Otro femicidio. No te conviene. Y a mí tampoco, pero me siento mujer y lucho. Ojo, que tampoco te conviene luchar, vivir nuestra fuerza, nuestro enojo, nuestra toma de poder. Ver los ojos de las compañeras y saber que cada vez somos más. Ver sus ojos y que se vaya la rabia, porque se lucha con alegría. Porque no hay ni una muerte indiferente. Porque no nos pueden ignorar. Porque no hay intermedios. Porque luchamos cada día con el machismo que tenemos dentro y que lastima. Porque no estamos solas, nos tenemos a nosotras. Y aunque no nos convenga, juntas nos conviene más.