miércoles, 18 de abril de 2018

Ética y dolor

Ahora que las aguas se han calmado y que nuevas historias de terror inundan las hojas
de nuestros periódicas, me gustaría reflexionar sobre el tratamiento mediático del caso
de Gabriel. La desaparición y asesinato de un niño de 8 años es, de por sí, un hecho terrible.
Y aunque a todos, por sentido común, sabemos que debería tratarse con delicadeza, parece
que a los medios, sobre todo los televisivos, no les alcanzó la ética para tratarlo con
responsabilidad periodística. Es sabido que a los televidentes los atrapa el morbo, pero esto no
da derecho a los canales a lucrar con una familia destruída. El día que se supo quién lo había
matado se promocionó un informe con entrevistas que se le habían hecho a la asesina antes de
que supiéramos que lo fuera. Se dijo el lugar, día y hora del entierro, negándole así a la familia
su privacidad. A un día del entierro se hizo un móvil en vivo a los padres, que más allá de que
claramente ellos habían accedido, no pretendía nada más que subir el rating de ese programa.
Hicieron de una tragedia un show mediático, y como sociedad no debemos normalizar este
tratamiento de la información.

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