miércoles, 18 de abril de 2018

Ética y dolor

Ahora que las aguas se han calmado y que nuevas historias de terror inundan las hojas
de nuestros periódicas, me gustaría reflexionar sobre el tratamiento mediático del caso
de Gabriel. La desaparición y asesinato de un niño de 8 años es, de por sí, un hecho terrible.
Y aunque a todos, por sentido común, sabemos que debería tratarse con delicadeza, parece
que a los medios, sobre todo los televisivos, no les alcanzó la ética para tratarlo con
responsabilidad periodística. Es sabido que a los televidentes los atrapa el morbo, pero esto no
da derecho a los canales a lucrar con una familia destruída. El día que se supo quién lo había
matado se promocionó un informe con entrevistas que se le habían hecho a la asesina antes de
que supiéramos que lo fuera. Se dijo el lugar, día y hora del entierro, negándole así a la familia
su privacidad. A un día del entierro se hizo un móvil en vivo a los padres, que más allá de que
claramente ellos habían accedido, no pretendía nada más que subir el rating de ese programa.
Hicieron de una tragedia un show mediático, y como sociedad no debemos normalizar este
tratamiento de la información.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Nota que te escribe nadie

** de setiembre de 2017 **

Hace un mes, más o menos, que estoy escribiendo para la diaria. Calculo que a esta altura deben ser miles las hojas grises en que se imprimieron mis palabras negras. Miles los ojos que surcaron mis oraciones. Cientos los clics en mis notas. Hoy hay dos de ellas en el primero y segundo lugar de “las más leídas”. Y no me siento orgullosa.

¿Por qué estoy yo en este lugar? Qué hice bien o, qué hice, simplemente. Las notas que más me quiebran son por las que más me felicitan. Como si yo hubiera hecho algo, desde el escritorio, teléfono en mano, tomando jugo y estampando huellas en el teclado. Tengo miedo, sí, pero no por mí. No por las consecuencias que pueda sufrir. No porque ser periodista y decir “lo que no se dice” es peligroso. Tengo miedo porque yo, con mis palabras, con mis sesgos y mis entrañas, con mis huesos y mis desconfianzas, le estoy contando a algunos como creo que son las cosas.
“Esto tiene que saberse”. Me dije muchas veces. ¿Pero quién tiene que contarlo? ¿Qué sé yo de pobreza? ¿Qué sé yo de explotación? Lo que leí, lo que me contaron, lo que vi. Lo que me estranguló hasta dejarme sin aire, lo que me rompió y me dejó llorando. No sé nada. No fue mi piel curtida, no fue mi madre golpeada, no compartí una cama con mis cinco hermanos que no tengo. Nuna extendí la mano en 18 de julio. Nunca sentí frío, nunca sentí hambre. No desaparecieron a mis abuelos, no me pegaron en una marcha.
“Esto tiene que saberse”. Me dije muchas veces. ¿Pero quién tiene que leerlo? ¿Qué van a hacer mis palabras? ¿Apurar papeles en un juzgado? ¿Darle fuerza al brazo sindical en una pulseada? ¿Hacer que reflexione un abusador?
No puedo avisarle a todos que en realidad lo que les estoy contando es lo que creo que hay que contar. No puedo firmar las notas con un “Nadie” después del punto final. No puedo dejar huérfanas a mis palabras. Me quiero hacer cargo de una realidad que me hizo estar acá. A mí y no a ellas. A mí y no a él.
Pienso qué es más egoísta: ¿dejar de escribir por no tener la fuerza o seguir por temor a que alguna historia se quede sin contar como creo que hay que contarla? Si sigo, espero que mis oídos no se entumezcan ante la miseria. Ante un sistema corrupto que me corrompe y nos corrompe, y lo maldigo con los pies en la estufa y la frente pegada al monitor. Que no me cope la carrera del que llega primero. Que no me encierren los bordes de una hoja. Que no se me endurezca tanto la cara como para no sentir mis lágrimas. Que no me olvide nunca de que no hay una sola verdad. Que no me olvide de la rabia que genera la injusticia. Que no me hunda y me olvide de salir a la calle y mirar a los ojos de las historias que voy a contar.
Porque me parece más cobarde ignorar que tengo privilegios. Me parece más cobarde no usarlos, con la conciencia de que por azar estoy yo acá y no asesinada o explotada, para tratar de que de alguna manera - no sé si escribiendo, marchando o llorando - este sistema me deje de poner a mí acá, contándolo y a los otros allá, sufriéndolo.

Todo gris

Me dijeron que viajar me iba a abrir la mente. Por ahora, lo único que me ha abierto es un apetito incontrolable. Mi madre, en esa misma línea, me dijo que este viaje me iba a enseñar a ser más tolerante con los que piensan distinto. Menos calentona. Creo que esto nace más bien del miedo que tiene mi madre de que un día le arranque a tirar piedras a los Mc Donalds u ocupe una casa con gente que tenga remeras de SOAD. Al menos eso pensé yo cuando me lo dijo.

Sin embargo, a casi un mes (porque como febrero tiene esto de los 28 días no me siento cómoda diciendo un mes) creo que mi madre -y espero que nunca lea esto- tiene razón. Bah, en realidad, no sé si me voy a hacer más tolerante, aunque quisiera. Lo que pasa es que estoy sorprendida por la relación de los españoles con la política. No sé si es mi impresión naive de turista o qué, pero acá cuando pregunto algo relacionado con la coyuntura regional a quién sea, siempre tienen algo para decir. En Uruguay me decepciona mucho cuando te responden: "No sé, no me interesa la política" u otras cosas que me generan mini ACVs. 

La cuestión, y acá el por qué comencé recordando el deseo de mi madre, es algo que por ahora llamo el "grisismo" español (¿se entiende? grisismo vendría a ser del gris lo que el amarillismo del amarillo). Esto es lo que pasa: cuando le pregunto algo a alguien y me responde argumentando bien, me voy haciendo una idea de qué orientación política o ideológica tiene. No lo hago por gusto, me resulta inevitable; quizás ese sea mi problema. Y cuando le pregunto algo sobre otra cosa, me da una respuesta que me manda a la otra punta del mapa ideológico. Me vuelvo loca. 

No es que no sepan, saben de lo que hablan. Por lo menos están informados, no sé si sabrán pero tienen argumentos. Antes me había pasado un par de veces, pero pensaba que eran personas incongruentes y listo. Acá me pasa todo el tiempo. Con gente de la facultad, con mis profesores, con mis vecinos, con amigos y amigas de gente de acá. Están en contra de la monarquía, pero a favor de sus prácticas. Conscientes de la desigualdad de oportunidades en el desarrollo de las personas, pero discriminan entre españoles y gitanos. Ponen el grito en el cielo por el maltrato animal, pero son taurinos. Y así, muchas cosas.

¿Es una condición del ser humano de la que yo recién me vengo a dar cuenta? Puede ser. ¿Tiene que ver con la historia de este país, que hizo a su gente ser así? No sé. ¿Tengo una mirada completamente parcial y ninguna prueba que confirme mi hipótesis del grisismo español? Sí, obviamente.